La palabra persona tiene una raíz etimológica griega: prósopon,
que significa “máscara”, en el contexto teatral y la compresión de distintos
personajes, más allá del actor o la actriz. Esta referencia puede unirse con la
identidad de los seres humanos, pues el proceso de identificación es una
constante en la vida.
La identidad individual y la colectiva son complementarias. Si esto es
así, y una persona es parte de diversos grupos sociales, la identidad personal
es variante según el contexto. Una vez mencionado esto, podemos enlazar el
origen de la palabra persona, con las máscaras que aparentamos y que terminamos
siendo en nuestra cotidianeidad. No vamos a mitificar el uso de máscaras, mas
bien, encontramos la virtud de nuestra esencia puesta en escena de maneras
diversas. Podemos comportarnos libremente y de distintas formas, siendo fieles
a nosotros mismos. Encontrar nuestros patrones comportamentales, emocionales y
de pensamiento es de gran ayuda para poder sentirnos identificados, dueños de
nosotros mismos y parte de una comunidad.
Hay veces en las que no nos sentimos cómodos con nuestra persona, pues
hay distintas fuerzas intrínsecas y exteriores que nos hacen dudar de nosotros,
pero qué mejor herramienta que la duda para volver a centrarnos y
rectificarnos. La libertad de ser trae consigo deberes, y uno de éstos es
comprendernos para dejar a nuestra identidad, a nuestra persona, simplemente
ser.
El ponernos máscaras significa mostrar de manera pura quienes somos en el
escenario de la vida, a veces cambiante, otras rutinaria. Ser persona es
manifestarse de manera libre según la identidad que se tiene. Los distintos
contextos pueden ser un motivo de transformación o de sustento frente a la
certeza de quiénes somos. Pensar en una línea que se mantiene en el tiempo,
puede traernos tranquilidad, pero también incertidumbre. Acostumbrarnos al
cambio y confirmar nuestra manera de ser es un paso primordial para el
crecimiento personal, pues es eso lo que nos trae estabilidad interna.