Elevar nuestros límites individuales y mimetizarnos con otra persona, hasta el punto de depender de alguien que no somos. Depender significa, según su raíz etimológica, colgar hacia abajo (de-: arriba hacia abajo; pendere: colgar). Cuando nuestras emociones dependen de alguien externo, nuestras emociones se vuelven inestables, pues están colgadas en un perchero, como si fuesen una prenda de ropa moviéndose según el viento, mojándose según la lluvia, y secándose según el brillo del Sol. 


Depender de alguien emocionalmente hace que nuestra fuente anímica suba y baje, siendo natural que nuestra motivación, los esfuerzos hacia las metas personales, decaigan sustancialmente. No solo nos esfumamos de nosotros mismos, también proyectamos nuestro futuro en un otro. Es como una ilusión de infinidad, con la certeza de que el fin es lo mejor que podría pasar. 


Llegan momentos en los que el estar colgado en alguien no es sano, pues la inestabilidad por el barro que toca los pies del otro, en su andar, nos introduce a la decadencia de no poder ser. Es una barrera para el crecimiento personal, 


Hay veces en que dos personas dependen entre sí y el vínculo termina con dos seres heridos que no quieren volver a interactuar. Como si el volver a encontrarse individualmente implicase transitar nuevamente por aquello que opacó durante tanto tiempo la originalidad personal. Ambos, desilusionados, cubren su dolor con su soledad, soportándose en otras actividades, personas u objetos. 


Para mantener un vínculo sano, lo mejor es concretar con acciones y palabras nuestros límites personales y no caer en el juego de dependencia. No sentirnos colgados, sino firmes en nuestros pies. Unirse con alguien es algo hermoso, pero siempre y cuando sintamos que cada uno crece justo al lado nuestro, como dos flechas que van hacia la misma dirección, al mismo tiempo, por más que tengan un recorrido distinto. Dos líneas yuxtapuestas, siempre dejando a la libertad hacer su magia, perseverando en el bienestar individual y vincular.