La falta de presencia de otro ser a veces nos hace sentir un vacío, y esa es la mayor demostración de que la virtud máxima es encontrarse con uno mismo y en el saber que somos el refugio por excelencia. El movimiento de la ciudad opaca la necesidad de encontrarse con uno mismo, nos distrae de todo. El ser humano tiene la maravillosa capacidad de automatizar ciertas funciones, tanto así que ante la pregunta cotidiana “¿qué tal?”, terminamos diciendo “bien”. Es la falta de reflexión que nos hace tropezarnos con el vacío, y ante las respuestas banales análogas al bien, se crea un círculo vicioso de necesidad de creer en ese discurso profano. Lo que está bien en los momentos de vacío es estar dispuesto a la reflexión, a la autocrítica y a la humildad. 

 

La palabra abrazo tiene raíces latinas (ad-: hacia; braccium: brazo), refiriéndose a rodear con el brazo. Encontrarse en medio de la soledad y rodear el cuerpo con nuestros brazos es una manera de sostenerse, contemplar nuestro cuerpo, identificar materialmente nuestra presencia. 

 

Enfrentarse a la soledad es abrazarnos, entregarnos a nosotros mismos, elevarnos a pesar de las vicisitudes que la vida nos pone en el camino. Cuando nos escuchamos en soledad, clarificamos nuestros pensamientos automáticos, pudiendo llegar a reconocer ciertos patrones de pensamiento que nos alientan y también los que nos desaniman. Escuchar nuestros pensamientos ayuda a comprender el enlace entre las emociones y los diversos sucesos de nuestra cotidianeidad. La soledad nos ayuda a estar en silencio, sin distractores, simplemente con nosotros mismos. 

 

Salir de la soledad y estar rodeados de personas, objetos y de la calle ruidosa, es enfrentarnos a nuestra mente, pero de manera íntima, pues tras sentir el sostén de nuestros brazos, sentimos seguridad y estima personal. Situarse firmemente ante el caos trae calma y serenidad cuando sabemos que nuestro mayor soporte se encuentra adentro nuestro. 

 

La vida nos pide que nos escuchemos, que generemos autocrítica y prosperidad. La razón, el deseo, y el amor propio se construyen día a día. La soledad y nuestros brazos son grandes aliados para crecer individualmente de manera gozosa. 




Un poema para registrar a la soledad:


Estoy en un túnel

disfrutando de la luz oscura

que me trae claridad al pensar,

siento el frío

mis bellos erizándose

tras escuchar mis pensamientos

 

Nada me distrae

mientras llego a la mitad del camino

pues entiendo que mi andar cada vez es más firme,

no veo nada

más que mis imágenes mentales

mil y un símbolos diciéndome que me abrace,

mi piel suave,

helada,

siente el calor de mi cuerpo

 

Llego al final

la luz en mis ojos reviven el verde de los árboles

y mis oídos se hallan gozosos por los pájaros cantando,

recuerdo cada imagen, cada símbolo,

mi cuerpo recupera el calor por el Sol

y mis brazos aguardan a mi lado